No pasa un solo día sin que tomemos plena conciencia del alcance tentacular que los gigantes digitales tienen sobre nuestras vidas. Estas empresas, muchas de las cuales no superan los 20 años de antigüedad, ya han alcanzado una capitalización bursátil superior a los 1.000 mil millones de dólares, una cifra equivalente al PIB de los Países Bajos, la 17ª economía mundial.
Este enriquecimiento sin límites también vale a los líderes tecnológicos, como Elon Musk, cuya fortuna personal se estima en 434 mil millones de dólares (datos de 2024), lo que lo convierte en el hombre más rico del planeta.
Estas empresas prosperan gracias al análisis y la reventa de tus gustos, intereses y hábitos en Internet. Esta recopilación de datos no solo se utiliza para personalizar los anuncios que inundan tu pantalla mientras navegas por la web. También alimenta el creciente mercado de la inteligencia artificial, que necesita cada vez más datos humanos para mejorar su capacidad de imitarte, y quizá, algún día, reemplazarte.
Hoy, todos dependemos de estas tecnologías digitales que, al mismo tiempo, nos debilitan. El economista Cédric Durand habla incluso de un “tecno-feudalismo”, un término que utiliza para describir esta nueva forma de dominación sobre los individuos, que amplifica las desigualdades y frena la productividad. Su tesis genera debate, pero ciertos elementos del feudalismo resuenan claramente en la actual revolución digital. Podemos hablar, por ejemplo, de la preocupante fusión entre política y economía, la formación de monopolios que hacen imposible cualquier alternativa, el trabajo gratuito en las plataformas o la imposición de “impuestos” sin una contraprestación tangible.
Durand argumenta al respecto:
“La cristalización en la nube del excedente social impregna las existencias individuales, atándolas como antes se ataba a los siervos a la tierra del dominio señorial. […] La vida social se arraiga ahora en el dominio digital. La base de las relaciones de producción digitales está formada por la dependencia de los individuos y las organizaciones respecto a estructuras que ejercen un control monopolístico sobre los datos y los algoritmos. […] Los grandes servicios digitales son feudos de los que no se puede escapar. Esta situación de dependencia de los sujetos subordinados respecto al dominio digital es esencial porque determina la capacidad de los dominantes para capturar el excedente económico.” [1]
Pero el papel de estos actores no se limita al ámbito económico. Desde Facebook, que busca crear su propia moneda, hasta Elon Musk, nombrado al frente del nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental en Estados Unidos, su influencia se extiende ya al terreno político:
“Su ascenso está acompañado de una lógica de fragmentación de Internet. Las plataformas están convirtiéndose en feudos digitales. […] El territorio digital organizado por las plataformas se fragmenta en infraestructuras rivales y relativamente independientes entre sí. Quien controla estas infraestructuras concentra un poder tanto político como económico sobre quienes dependen de ellas. La otra cara de la lógica de vigilancia propia de la gubernamentalidad algorítmica es el apego de los sujetos al dominio digital.” [1]
¿No será, quizás, para convertirnos a todos en pequeños soldados obedientes, como sugiere el argumento de Asma Mhalla?
“Porque, precisamente, explica, esto permite conectar dos conceptos, tecnología y política, ya que la esencia de la técnica es antropológica y política. No es esencialmente técnica, o al menos, desde mi perspectiva, eso es secundario. El subtítulo tenía que plantear una tesis fuerte, que desarrollo y trato de demostrar en Tecnopolítica. Sostengo que estas tecnologías contemporáneas, que hoy están absolutamente en todas partes de nuestra vida cotidiana, son por naturaleza duales, es decir, tanto civiles como militares. Y de repente, tenemos en el bolsillo dispositivos que parecen completamente anodinos, que se han integrado por completo en nuestros hábitos de vida, e incluso en nuestros reflejos cognitivos, pero que, sin embargo, no son en absoluto neutrales en términos de su impacto en nuestra cognición, en las dinámicas geopolíticas del mundo actual y en la dimensión democrática. Y, desde este punto de vista, porque está en el bolsillo de cada persona, este objeto llamado teléfono inteligente, que es la puerta de acceso a todas estas aplicaciones potencialmente duales, nos convierte en usuarios, ciudadanos y, potencialmente, objetivos.” [2]
¿No es ya hora de liberarnos de su sistema de pensamiento, de sus valores, de esta lógica que nos enfrenta a todos contra todos? Un sistema en el que somos, al mismo tiempo, productores y consumidores de mercancías en la web, cada vez más despolitizados, aislados, empobrecidos, manipulados, clasificados, vigilados y sometidos al reino de las fake news.
En realidad, despojados de nosotros mismos.
Lecturas recomendadas:
-
- La técnica o el desafío del siglo de Jacques Ellul, Ed. Economica
- Cosechas y Siembras de Alexandre Grothendieck, Ed. Gallimard
[1] Tecno-feudalismo. Crítica de la economía digital de Cédric Durand, Ed. La Découverte
[2] Asma Mhalla, entrevista sobre la publicación de su libro Tecnopolítica: Cómo la tecnología nos convierte en soldados (Seuil, 2024)